jueves, 18 de septiembre de 2008

Clásico es amarte

"A oriente, 30 joven sino nada nada …ya ya 27 rápido ya ya lleva nomás al toque"
(Carismática revendedora de la puerta del estadio Lolo Fernandez)







Desperté tarde ese día; y, claro, si vamos a hablar de noches vírgenes es porque la exploramos toda y, como consecuencia fatal, el día siguiente se nos hace corto.

Te llama tu "costilla", abrí los ojos gracias a esa frase adánica de mi tío el borrachín. Era Samantha de las Casas, la chica que vive arreglándose los cabellos porque ninguno le queda, o porque no entiende que al cabello hay que dejarlo ser, qué viva tranquilo y sin chuchumecos mal hechos. Nadie mejor que tú, Samantha, para no dejarte tocar los cabellos. Quiero aclarar de entrada, a mi poca audiencia, que Samantha no es mi costilla, ni mi media naranja, ni mi peor es nada, ni mi tú-ya-sabes-qué. Yo, más bien, quiero casarme con su hermana Débora Carmesí porque me conquistó por el único lugar que no creía que se podía conquistar a un hombre: el estómago, un tío Bigotes y listo, a tus pies, mamita.

Dicho esto, Samantha me conminaba a estar sin demoras a la una menos quince en el paradero de la Católica. Acepté. Ella me pidió que llamara a Christian para rogarle que esa tarde nos saque a pasear en su carro. También acepté, porque las tareas de humillación me las dejaba siempre a mí y yo las hago porque es una forma de consolarla por las veces que me porto mal, que cometo desmesura en mi uso del dinero para con ella (pero, aclaro, a Débora Carmesí sí le bajo el cielo si me lo pide, no importa cuánto cueste).

Llamé a Christian Vega, integrante del staff masculino de escribidores de este bloJ todavía en forma de feto. Le dije una mentira que Samantha había preparado pero él no se conmovió. No nos quiso pasear en el carro. Y no es que esté obligado a hacerlo cada domingo que se nos antoje, no, Samantha y yo no somos esa clase de vividores (pero nos gustaría serlo, por eso necesitaremos un chofer allá en Sannibel, en unos meses, cuando nos vayamos a "trabajar" ¿Quién será?) sino que esa tarde nos íbamos los tres, mosqueteros, al Clásico del futbol peruano. Sí señor, grones y cremas --el burro cagón por delante-- peleaban esa tarde calurosa, en Ate, por el honor --ya que no peleaban por la punta, como se supone que están acostumbrados--. Es sabido que los accesos a ese estadio de la U se restringen cuando hay partido por lo que el bólido verde de Christiansiño nos hubiera sido de una ayuda tan monumental como el estadio mismo. Además, el futuro cuñado de Samantha, y por tanto mi clásico rival, Dante, nos iba prestar la cochera de su casa en La Molina. Sus papis le negaron el permiso para sacar el carro y fue así que, ahora, nos encontrábamos los tres desparramados en el asiento último de un micro de la línea 47.

La cosa estaba muy fea para mí. Samantha y Christiano habían nacido aliancistas y yo recién me hice crema a los 8 años cuando vi a la U campeonar en 1998. Así que yo, consciente de mi minoría y defensor de la democracia, iba a aceptar si me llevaban junto a los aliancistas, o en medio de ellos (pero no debajo). Ya me imaginaba vitoreando las arengas que cantaba la Trinchera Norte desde alguna zona sitiada por el Comando Sur de Oriente, como un infiltrado molestoso que estaba buscando que lo golpeen.


En el micro íbamos tranquilos hasta que empezaron a subir personas con fachas de ser "gente ponedora de la barra" de uno de los dos equipos (no sé de qué barra, ni sé qué ponen, pero en fin). Uno, el más gordito, logró ver las entradas que yo tenía entre mis dedos por lo que las escondí en el bolso acangureado de mi polera. Cuadras más allá, subió una pareja, aparentemente feliz. Ella era bonita y tenía ojos verduscos. Pero él parecía un futbolista con pinta de marciano. La chica se sentó y el quedó parado por lo que pude ver sus piernas delgadas y fibrosas de peloterazo. El marciano vigilaba, miraba algo, la calle, no sé. Hubo un momento que nos pusimos a hablar del ex-ex-ex de Samatha, Raphael. Que la tenía chiquita, que era un mujeriego y peleón, que cada noche de sábado se tiraba a una virgen sin condón, que era un borracho y coquero hasta el cien y otras barbaridades que se dicen para cuestionar la heterosexualidad de las personas, hasta que, como si lo hubiéramos convocado, él apareció. Apareció Raphael pero él no nos vio. Estaba apoyado en el paradero del Jockey Plaza, muy bien vestido, como para una fiesta, al parecer, esperaba a una chica. Pero ¡no!, esperaba, como nos dijo Samantha, al ex-ex-ex-ex de ella, Jayson, para irse juntos al estadio de mi equipo. Yo pensé, qué bonito, sus eXs se vuelven amiguitos, forman clubes de desamparados sin rencores por la chica que los unió, mi amiga Samantha Ohhhhh. Dos miembros de ese club de Desamparados sin Rencores (Desire) se iban a Sur a dejar sus gargantas seguramente; gargantas ya exploradas por mi amigacha.

Nos bajamos, junto a los hinchas, el marciano y su novia, en el Ovalo que está más cerca al Estadio (esa zona está llena de óvalos). La reventa no se hizo esperar. Tenían fajos que alcanzaban para llenar otro estadio. Mi entrada costaba oficialmente S/.21, pero yo la había conseguido a S/.27 días antes. En el estadio, ¡ay! costaba S/.25. Dos soles de diferencia que, como se verá más adelante, eran demasiado dinero.

Caminábamos y sólo se veían camisetas azul y blancas alrededor. De pronto, como una centella de luz, una gorda emergió desde atrás esquivando a los revendedores y policías que conversaban y le estampó un golpe seco en la nuca a la novia del marciano. El marciano pensó, tal vez, que algún hincha desbocado había atentado contra lo que luego del partido sería seguramente su "postrecito" y volteó en posición matonasa a defender su "postrecito". Sin darle tregua la gorda gritó ¡Así, así te quería encontrar, tramposo! Hasta el hincha más cavernícola entendió qué pasaba ahí. El marciano era un infiel que había llevado al clásico (¡qué romántico!) a su Trampa de ojos verde amazonía y había sido pillado por su esposa o conviviente oficial que le reclamaba con golpes la traición. El hombre, muy hombrecito para engañar a su mujer, ahora, temblaba de miedo porque sabía --como se notaba a simple vista-- que su mujer le haría pagar eso con su sangre azul de marciano --o de aliancista que creo era--. La mujer no era gorda, estaba embarazada y no sólo ella perseguía al marciano, sino que, detrás, corriendo casi sin saber porqué, venía su hija que le calculo 6 años de edad. Ella, que gritaba mamá, mamaaa nooo mama, sujetaba un peluche marrón (que indicaba que ella no debía estar ahí, que su mamá la había quitado de sus juguetes para perseguir al padre tramposo). Esa fue la nota triste e inentendible de la tarde. Al final, perdimos de vista la persecución.

Cuando entramos al estadio vimos que la tribuna oriente estaba repleta de cremas, con uno que otro infiltrado azul, todavía miedoso por su minoría. Quedé feliz, no sólo por estar rodeado de cremas sino porque estábamos cerca a la tribuna norte que, luego de unos minutos, reventó anunciando que el campeón en la cancha ya estaba.

El partido fue aburrido y la fiesta se armó desde las tribunas. Samantha, azulona como ella sola, me acompañaba en algunos cánticos cremas porque el Comando Sur, reconoció ella, estaba calladito. Sin embargo, cada cierto tiempo había una escapada merengue o una arremetida azul que nos hacía abandonar los asientos para saludar a la sacrosanta madre del que fallaba el gol. De penal, Candelo terminó con la virginidad del arco grone. Gol de la U!! GooooL! Se lo grité a ella y a Christiano en la cara. Ellos tuvieron que soportar mi aliento a pan-de-dos-lucas en sus narices. Retozando de alegría, sobre la tristeza de mis amigos caídos, y cuando tenía los brazos en alto en señal de victoria, algún desaforado individuo dejo caer su saliva en mi mano. ¡Qué puntería!, pensé. Tuve que limpiarla y fue en vano que buscara con la mirada quién había sido, seguro cayó del palco, me consolé. Ojala esa puntería la tuvieran tus delanteros maldito cagón, seguí pensando aun de pié.

La pelota volvió a rodar y Samantha todavía se reía de que mi mano izquierda tenía una especie de sopa burbujeante cuando un pase largo que ya parecía desorbitado e inofensivo fue conectado con la testa por un melenudo jugador y GOOOOL!! de Alianza. Ahora, Christian y Samantha me pisaban, me golpeaban, no me soltaban del cuello por conectar bien sus bofetadas, pensé que me querían asaltar o matar ahí mismo, prefería morir escupido que por una masacre de estos dos cagones, que mis amigos eran, creo. Hasta antes de ese momento había sido extraordinario que la U vaya arriba con diez jugadores. Estábamos demostrando la garra que muchos nos imputan. Ese gol del empate fue la punta del iceberg, para mi equipo y para mi cuerpecito.

Dos minutos después del empate, un morenito jugador se descolgó de la marca a presión que lo asfixiaba y colocó a "la pecosa" lejos del arquero. GOOOOL!! Recién me levantaba y de vuelta me plantaban en las gradas multicolores de oriente. Christian y Samantha volvían a arremeter contra este hincha pero esta vez con golpes en el estómago, del primero, y codazos en la espalda, de la segunda, que me hicieron votar la coca cola por las narices y rodar tres gradas abajo. Cuando volví a mi posición me quedé parado porque no lo podía creer, nos habían volteado el match en nuestro propio estadio. Un señor de atrás no soportó que le tapara el paisaje y espetó siento!...siento! y nos sentamos porque nos había querido decir asiento! asiento! pero de una forma muy original que había que premiar obedeciéndo(siento!siento!). Bueno, yo también lo siento porque perdíamos y no por cualquier equipo, no el Wanka o el Boys, hasta Cristal ya pasa, pero ¡ay! Alianza, el clásico rival manchaba mi estadio con dos goles en menos de dos minutos que dejaron alelado a medioperú.

Salimos minutos antes que acabe "el encuentro". No me gusta salir con el partido en caliente (me sublevan esos hinchas que no tienen fe en que un Fano aparecerá al último minuto) pero nuestra seguridad estaba en juego así que salimos corriendo escandalosamente. Sin embargo, la derrota no me ofuscó, me consolé pensando que era un partido de futbol y nada más, así que con gran parsimonia compré un sanguche a la volada --había bajado su precio a la mitad-- y, como un niño perdido en una feria, miré a todos lados y mis amigos aliancistas no estaban. Me abandonaron, cagones tenían que ser, llegué a pronunciar, antes de empezar a correr para alcanzarlos. Como el estadio está encerrado en el cerro Puruchuco, y la salida por la av. Javier Prado estaba reservada para la gente de sur y occidente (en su mayoría, grones) sólo nos quedaba bordear el cerro y bajar por la carretera central, que no sabía que estaba por ahí.

En el taxi, quise cerrarme con el dinero para pagar menos y que ellos, de tan alegres, pagaran la mayor parte. Pero Samantha, con su olfato bien entrenado para los atracos, olió el último billete que escondía en un bolsillo poco secreto de mi billetera y terminé pagando injustamente, casi todo el monto. En el micro, veníamos dormidos y en la av. La Marina se nos acerco un desadaptado ramplón, pero desnutrido, y nos pidió flaco, suéltate un sol o te hago daño!, pero no logró nada porque Christiansiño se le plantó con valentía apuntándole con su arma más poderosa: su culo inconmensurable. (Amigo lector, este es un dato que no puede pasar desapercibido si es que quiere considerarse seguidor de este bloJ. Es sabido, en toda la facultad, que míster Christian maneja unas más grandes pompas que la última Miss Mundo).

Los pies ya dejaban de responderle a Samantha que no está acostumbrada a caminar tramos tan largos. Así que fue la primera en despedirse. Subida en la combi de Orión desapareció entre tanta combi por Plaza San Miguel. Christian me acompañó en mi caminata hasta la av. Bolívar a tomar mi micro de la línea 18 y en retribución no lo deje hasta que sea él quien tome primero el carro a su casa que pasaba por la pista de enfrente. Él fue el segundo en irse, así que quedé yo sólo en medio de la noche de domingo. Subí a mi micro y quise dormir pero un morenito, alegre por antonomasia, me llamó la atención porque gileaba con las chicas que se sentaban a su costado con la ilustrada ocurrencia de "tienes hora, amiga?".

La noche aún era virgen pero me importaba un comino, bastante había tenido con la derrota crema, yo sólo quería dormir porque me lo reclamaban mis callosos piececitos. Tal vez, podía sorber un poco más de la sabiduría que encierra, en la oscuridad, la noche limeña. Pero, ahora, prefería la luz de mis sueños nada virginales que le procurarán más acabada forma a este blog que ya sale de su estado fetal.

6 comentarios:

christiansdb dijo...

Ese dia fue genial, le volteamos el partido a los gallinas....reiner lamento que hayas gastado tus 30 soles mas pasajes masomenos tus 40 soles jaja ...y ya pes estudia periodismo que es lo tuyo, esta de la ptm el post

Roberto Rojas dijo...

Resulta lamentable no poder haber visto ese partido tan esperado, bueno por muchos (por mí no, ya que como muchos saben, detesto el futbol peruano). Pero es más lamentable tener que pagar alrededor de 40 soles para ser golpeado por una enana y un universitario con complejo de hincha (sí. De esos que golpean a los cobradores de combi hasta dejarlos semimuertos); lo peor de todo es que el equipo de tus amores perdió y tontamente; ya que la expulsión fue más entupida que los comentarios de Christian.

Por cierto eso de periodismo… pues ya lo discutimos. No debo decir nada más.

Reiner Díaz dijo...

Muchachos, tenga un poco mas de dignidad literaria y comenten otros blogs...
somos los unicos que nos leemos.

Ja.

Aunq es un punto a favor xq hay mas libertad para escribir.

Atte.
Su marido generoso.

giampiero dijo...

jajaja... sólo se leen uds.

Buen blog, me he cagado de risa leyendolo y putamare me ha hecho recordar esas cositas de Lima, que aveces cuando no la recuerdo muy bien, tanto extraño.

Fbio dijo...

periodismo

Anónimo dijo...

jajajjaja me he reidooooo...!!
ke tardecita ah!..